"Monzó
es el mejor. Es un observador implacable de la sociedad, con un sentido
del humor y de la paradoja que a veces se parece al de Chesterton."
José María Gironella, La
Vanguardia, Barcelona
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Monzó, contra la trampa
cotidiana
Algo pasa cuando Cindy Crawford critica
los horarios de nuestras comidas, los propietarios de clubs de fútbol
rebautizan los estadios con su nombre o el gremio de cazadores se resiste
a pasar la prueba de alcoholemia. En el centenar de artículos que componen
El tema del tema, aparecidos entre 1999 y 2001 en La Vanguardia
y el Magazine, Quim Monzó, observador perplejo y lector alucinado,
prosigue su cruzada por señalar al monarca desnudo, por mostrar las
trampas de actitudes nada cuestionadas. Según él, la gente no sabe de lo
que habla y calla cuando debería hablar, por doquier campan la ignorancia
y la mala educación, el inepto es el rey porque los súbditos se deslizan
sobre la inercia mental. Visto que donde antes te daban gato por liebre
ahora sirven fideos caldosos por fideuá, no es extraño que el autor de
Tot és mentida se haya declarado de profesión incrédulo. Para saber
porqué su madre es proxeneta y Sabina tiene bula, entender la conveniencia
de extinguir las postales y las muletillas, hay que leerlo.
Antonio Lozano, MAGAZINE, Barcelona
:
El arte del retoque
En un artículo de Fulls de dietari,
Carles Soldevila refiere la siguiente anécdota de periodismo napoleónico.
Cuando el 1 de marzo de 1815 Napoleón abandona la isla de Elba, el diario
oficial, Monitor, anuncia a bombo y platillo: "El antropófago ha
salido de su guarida". Unos días después, el titular es también muy
contundente: "El ogro de Córcega acaba de desenbarcar en el golfo Juan".
Al cabo de veinticuatro horas: "El Tigre ha llegado a Gap". Y más
adelante: "El monstruo ha dormido en Grenoble", "El usurpador fue visto a
sesenta leguas de la capital", "Bonaparte se acerca a grandes pasos pero
no entrará en París", "Napoleón estará mañana entre nosotros", "El
Emperador ha llegado a Fointanebleau", "S.M. Imperial entró ayer en el
palacio de la Tuilleries, rodeado de sus fieles súbditos".
Antropófago, ogro, tigre, monstruo, usurpador... Bonaparte, Napoleón...
Emperador... S.M. Imperial. A medida que se acercaba a París, Monitor
iba dulcificando los calificativos en una gradación calculada que —dice Soldevila— "pot restar com a model d'aquestes evolucions tan possibles
avui com fa cent nou anys". Nosotros, sin ir más lejos, llevamos desde
1977 metidos en una de estas cadenas. Lo que hace veinticinco años se
consideraba espantoso y hortera, hace diez pasaba por una rareza, hace un
lustro empezó a formar parte del ambiente, y ahora se considera "lo
normal". Los volúmenes de artículos de Quim Monzó son un testimonio exacto
de este proceso: analizan la realidad sin prejuicios, captan los cambios
en las costumbres y en las creencias, diseccionan el discurso de la
política y de los medios de comunicación. Con un método basado en la
observación directa, la sospecha y la analogía, Monzó construye sólidas
argumentaciones que ponen en evidencia la falta de espíritu crítico, la
pereza mental, la programación creciente de la vida.
En un período de aparatosos conflictos mundiales (El tema del tema
reúne artículos publicados en La Vanguardia entre 1999 y el 2001),
Monzó se centra en las relaciones entre la realidad y el lenguaje. Comenta
palabras y expresiones de moda ("zurito", "loft", "ciudad judicial"),
subraya los eufemismos de la corrección política (las "mares de dia", les
"bressoles"), saca a la luz los deslices de los políticos, las rutinas de
los camareros en los bares y de los que piden en el metro. Una repetición,
un lapsus, el uso abusivo o inadecuado de una palabra, son siempre el
síntoma de algo que se quiere ocultar o reprimir. Monzó razona, llama a
las cosas por su nombre, rompe el tabú. Como respuesta a tantos abusos
verbales, practica una estricta ética del lenguaje. De entrada, desarrolla
el tema con precisión y claridad. Si es necesario, recurre a la cita
textual, a la definición del diccionario, al tecnicismo de la restauración
o de la heráldica. Cuando el lenguaje convencional no basta, inventa
expresiones que acotan nuevas parcelas de sentido (lo que se vende en los
campos de fútbol no son bocadillos de butifarra sino "entrepans de
botifarra poc cuita"). En lugar de aferrarse a lo que las cosas deberían
ser, busca nuevas palabras que permitan nombrar una realidad incontestable
(el "hal·luin") y asumirla como algo propio.
El lenguaje ilumina, el tema agarra. La narración periodística, brillante
y variada, se adapta a la fluidez de la actualidad y la trasciende: desde
la falsa carta que ridiculiza al destinatario, al microcuento sobre un
tipo que pierde la cobertura (como otros, antes que él, perdieron la
sombra), a la declaración contundente sobre las imposturas del turismo, al
"collage" de dos noticias protagonizadas por meones, a la última
marcianada de internet.
Los artículos que Monzó escribía hace veinte años, buscaban la adhesión y
la respuesta de los lectores, alertaban acerca de determinadas conductas,
a la espera de provocar una reacción. Ahora se limita a dejar constancia
de una situación de descalabro. El tema del tema describe la
decadencia de Cataluña y del catalanismo, en el contexto de una creciente
televisionización de la vida, que abona la aparición de ghettos de
inmigración permanente, auspiciados por el fiasco del sistema educativo y
por una comercialización implacable. Los artículos de Monzó son siempre
ocurrentes, irónicos, provocativos, pero cada vez más tienen un fondo de
amargura. Y a pesar de que a primera vista establecen una complicidad que
nos respeta, nos señalan y nos interpelan directamente. No sólo las series
de televisión y los políticos falsean la realidad: también nosotros hemos
aprendido a retocar y a manipular nuestras fotos para suprimir al pariente
o a la novia indeseable, y del mismo modo que retocamos las fotos,
borramos los compromisos y las ideas de antaño para adaptar creencias y
recuerdos a las conveniencias de hoy. Bonaparte llega a las puertas de
París en un clima de alegre revisionismo, aclamado por una multitud que se
nos parece. Qué mal estamos.
Julià Guillamon, LA VANGUARDIA, Barcelona
Foto: Pedro Madueño
:
El tema del tema
Estoy de acuerdo con quienes piensan que en
el periodismo está la nueva buena literatura de nuestros tiempos. La razón
fundamental es que el articulismo en los diarios es un espacio vivo. Es
vivo porque frente a otros géneros como la novela y la poesía, las
columnas de opinión se leen, por un lado, y consuelan económicamente a los
escritores, por otro. Seguramente la posteridad reservará un lugar en el
parnaso literario a varios nombres que se han ganado ese derecho sólo por
su trabajo en prensa.
Y a pesar de eso, ¡qué difícil es serle fiel a un columnista de prensa!
¡Cuánta tinta tonta inunda los periódicos! Quim Monzó es uno de esos
articulistas que se han ganado la devoción incondicional de los lectores.
Al leer este volumen de sus textos de prensa reunidos, entendemos por qué.
No sacrifica sus esfuerzos en seguir consignas ideológicas, no está
empeñado en atender la actualidad más caduca, por muy noticia que sea. A
Monzó le interesa el artículismo para derrochar su talento de escritor y
aportar un punto de vista sobre la realidad libre, intransferible.
Monzó divierte porque divaga, hinca el diente y tiene buenas ideas. Es un
griego de perfil y de mente, que inventa palabras como “vigesímico”,
aplicable a quien está pasado de moda, o sea, que ya es decimonónico del
siglo XX. O que tiene el sentido del ridículo y el buen gusto para renegar
de chorradas como buscarle a Cataluña su tortilla oficial. Me hago
incondicional de Monzó en cuanto aplaude el gesto de un profesor de
instituto que saca su navaja en una clase y raja un balón que un alumno le
arroja para poner a prueba su paciencia. Qué razón tiene al reivindicar un
clima de represión en nuestra sociedad que le dé algún valor a las
actitudes rebeldes. Quien sabe dedicar quinientas palabras al arte de
presentar un bocadillo en un bar merece todos los respetos.
Román Piña, EL MUNDO, Madrid
:
Contra l'instint
gregari
No pot ser cap secret, i tothom que es dedica amb un mínim de consciència
estilística a l'articulisme sap que escriure en els diaris —ja sigui per
explicar coses, ja sigui per explicar-se a si mateix— té tant de risc i
tanta ambigüitat, tanta seducció i tanta defallença com tota la
literatura. El periodisme, al cap i a la fi, no deixa de ser un altre
gènere literari, i el lector que conegui els volums d'articles que Quim
Monzó ha anat publicant des des anys vuitanta té raons més que suficients
per constatar-ho. Ara, amb El tema del tema, el lector disposa d'un
argument més per convèncer-se —i afirmar— que Monzó sap enlairar el text
periodístic cap a les altituds de la literatura de debò. Hi ha, en primer
lloc, l'estructura de ferro de cada article, l'habilitat tècnica per
construir un engranatge mil·limètric entre les parts diverses i que fa que
el lector tingui la certesa de trobar-se davant d'un mecanisme precís que
ni s'avança ni es retarda, sinó que es mou dins d'un àmbit on tan sols hi
és possible la puntualitat més reconfortant. Això no seria del tot
possible si Monzó no es preocupés d'afinar i polir minuciosament la
matèria verbal, per fer que cada paraula obtingui la categoria de
necessària, si no procurés que fins i tot la puntuació assoleixi una
rigorosa funció retòrica. En els articles que escriu Quim Monzó no hi
falta ni hi sobra res, i el lector hi llisca com si transités per un camí
net de brossa i entrebancs.
Amb enginy, amb humor, amb una
indignació mesurada, Monzó dirigeix tot el seu arsenal retòric cap a la
denúncia de l'instint gregari de la col·lectivitat, el tripijoc lèxic de
les classes poderoses i la fossilització del ritual. Quim Monzó escriu
contra la xerrameca sense coherència, contra la rutina, la falta
d'imaginació i la ignorància, contra la farsa sense ideologia de la
correcció política, contra la gent que creu més en el que veu que en el
que llegeix, sense saber fins a quin punt s'equivoca. Amb crispació
resignada, des d'una irritació constant, més enllà de la voluntat
provocadora, Monzó demostra article rere article que una de les eines més
fèrtils per interpretar els fenòmens quotidians de la realitat és el
sentit comú i la pràctica de la lògica, mirar els fets i els accidents del
món com si fos un alienígena acabat de desembarcar a la terra: només així,
en efecte, es pot aconseguir una visió nova i desemmascarar les
absurditats i els enganys que emboiren la vida pública i la vida política,
els tics i els costums de la massa; només així, en efecte, es pot detectar
la ridiculesa de tot plegat, i només així es pot proclamar ben alt —i nítidament— que tot és una mentida. Al fons, com una relíquia
indestructible, potser encara hi ressona alguna de les consignes nascudes
a mitjans dels anys seixanta. Com sol passar en les reculls d'articles de
Quim Monzó, El tema del tema no es limita a incloure exclusivament
cròniques i opinions, sinó que el lector hi pot trobar textos que
fàcilment —i justament— poden rebre el qualificatiu de contes: Monzó
transcendeix l'ortodòxia de les col·laboracions periodístiques per
endinsar-se en unes zones literàries on el que hi predomina és la mescla
de gèneres, el plaer de l'experiment, el joc de combinar el vell i el nou
en l'art de l'escriptura als diaris. A El tema del tema hi ha
articles que semblen l'embrió d'un futur relat, hi ha articles que busquen
espavilar la matèria gris del lector i hi ha articles que són una joia de
la paròdia estilística, com el que dóna títol al llibre i que fa que el
lector agraeixi que hi hagi gent que parli amb tants de defectes verbals
com el conseller Xavier Pomès.
Els articles de Quim Monzó posseeixen
aquell sisè sentit que tant es troba a faltar en el poble neoanalfabet i
en la majoria dels seus dirigents polítics: la prudència. Els articles de
Monzó estan amarats de cap a peus per aquesta paraula, que designa una de
les virtuts cíviques més altes. Els articles de Quim Monzó destil·len
saviesa i dignitat davant de l'asfíxia moral de les convencions de l'època,
embranzida i moderació, discerniment i persistència en la facultat
d'orientarse enmig de la història mínima que es va forjant dia a dia.
El tema del tema, en fi, és una dosi enèrgica i saludable per
encarar-se al malson monòton, reiterat i circular de la vida contemporània,
un exercici equilibrat de civilització, una altra manera de llegir el món.
Ponç Puigdevall, EL PAÍS, Barcelona
:
Humor
escéptico
El
articulista-columnista tiene ante sí una tarea ardua: encontrar para sus
tres, cuatro artículos semanales (o diarios) tema atractivo. Las páginas
de nuestros periódicos van llenas de excelentes periodistas que nos
instruyen deleitando. Algunos escritores han compaginado también esta
actividad, desde los lejanos y míticos Camba o Pla. De algunos de ellos ya
ni se sabe que escribieran libros. En la prensa barcelonesa de los últimos
años destaca una firma, la de Quim Monzó. Escritor de éxito como cuentista
de prosa acerada y fabulador de mundos chocantes, es también una
personalidad mediática gracias a intervenciones en la radiotelevisión o a
artículos en la prensa, una selección de los cuales llegan ahora, por fin,
al lector en lengua española. Es éste el octavo volumen en el que Monzó
recoge artículos, publicados al principio en catalán, pero desde hace
varios años en castellano en La Vanguardia. Pero es el primero
publicado simultáneamente en ambas lenguas.
Los
artículos de Monzó ocupan un lugar central en su obra literaria.
Observador de la realidad en sus aspectos más amplios, destaca por su
gusto por la paradoja, por darle la vuelta a las verdades aceptadas por
todos y por la habilidad en mostrar su punto de absurdo, la banalidad que
éstas contienen. Algunos artículos son embrión de posibles cuentos («El
paraíso azulgrana» o «Mitin a las sillas»). Su tarea cotidiana le
convierte, quizá de manera inconsciente, en un agudo observador. De la
lectura seguida de sus artículos resulta una crónica precisa de lo que
cambia en nuestro país. Sus artículos son piezas hábilmente construidas en
los que con frecuencia la última frase nos devuelve al título y resume la
tesis. Agilidad argumental y precisión en el análisis son las armas de que
se sirve para desmontar los trucos de la realidad. Por su ojo crítico
pasan los políticos inconsecuentes nacionalistas (españoles y catalanes),
el absurdo de tantos mensajes publicitarios, la banalidad de tanta prensa.
Que en algunos artículos dedique gran atención a los protagonistas de
"Gran Hermano", ahora, releído en formato libro tres años más tarde,
descoloca al lector. Pero consigue un efecto: son como fotografías
amarillentas del viejo álbum familiar. Instantáneas de un pasado marchito
e irrecuperable.
Una
lectura restrictiva de estos artículos los emparentaría con aquella
desternillante sección de La Codorniz dedicada a la caza de gazapos
periodísticos. O con la actividad de Fernando Lázaro Carreter en El
dardo en la palabra, de comentario con sorna de los malos usos
lingüísticos que detecta en los medios de comunicación. Porque las
secciones de Monzó en La Vanguardia se nutren en buena parte de
noticias curiosas, cartas al director, a las que da la vuelta y le sirven
para poner en evidencia el absurdo ridículo por el que el 99 por ciento de
los mortales regimos nuestra sufrida existencia. Debido a su voracidad de
lector, se nutre de ejemplos que le llegan del universo mundo, aunque
justo es reconocer que su puesto de observación se sitúa en un planeta
catalán, atento a un satélite español. Bajo su fina crítica resultan
devastados los medios de comunicación concertadores de ilusiones, que
luego, al no verse cumplidas, desconciertan al lector. Amante de la buena
cocina, se lamenta de la desaparición de la cocina tradicional, empujada
por la «nueva». Comparada con la del País Vasco, afirma, la cocina
catalana no tiene sopas ni cocidos.
A
partir de su gusto por la paradoja aboga por una prohibición de la lectura
en el bachillerato, para así convertir esta actividad en algo atractivo
para los adolescentes y resolver la crisis lectora. Se preocupa, con
relativismo escéptico, por la mala situación del catalán. Es un agente de
la certificación de cómo ha desaparecido en los últimos veinte años una
cierta idea de Cataluña y la culpa que de ello tienen los
políticos. Autonómicos. Incluye una impagable instancia dirigida a Zaplana
rogándole ser incluido en las listas de escritores valencianos por su
condición –como en el fútbol– de oriundo. Se plantea cruzadas contra malos
usos lingüísticos. Aboga por la invención de neologismos («vigesímico», es
decir, «del siglo XX, anticuado»). O critica el abuso de expresiones como
«compañero sentimental».
Entre el humor y el escepticismo, sus artículos son una buena receta
contra el conformismo: nos obligan a enfrentarnos al mundo con óptica
distinta. O expresan nuestras quejas más profundas, que no sabemos
articular.
Enric Bou, ABC, Madrid
:
I
quin era el tema?
He sentit explicar a Quim Monzó una
anècdota força simptomàtica. Diu que no pot dormir si sospita que, per
algun error taquigràfic que gairebé sempre té a veure amb la pressa amb
què sovint li toca escriure algunes cròniques —no els seus articles
d'opinió—, hi ha alguna falta d'ortografia en el text original que ha
lliurat a la redacció. Un dia fins i tot es va despertar suant quan se li
va aparèixer, en somnis, un URGAR, sense hac, en majúscules i amb
pinta d'haver-se colat en el text escrit a darrera hora per al diari de
l'endemà. Algú pot pensar que és pura paranoia, i potser té raó, que per
això hi ha els correctors i, fins i tot en el cas que aquests no fessin bé
la seva feina, dubto que ningú arribés a pensar mai que Quim Monzó no sap
l'ortografia correcta d'hurgar, que és el que —segons ell mateix
confessa— el fa patir més del compte. Ara bé, què denota aquesta
preocupació gairebé irracional? Rigor, és evident. I pulcritud. I sobretot
estima per l'ofici d'escriptor i per les llengües amb què s'expressa: el
castellà en el cas del somni i la versió original dels articles d'El
tema del tema, i el català quan escriu contes, tradueix de l'anglès i
edita una selecció dels Runrún i els Seré breve a Quaderns
Crema.
És a partir d'aquesta autoexigència que
Monzó construeix el seu discurs. Entre moltes altres coses, aquest autor
barceloní, oriünd de València —ho explicita en el darrer escrit del recull,
que té forma de sol·licitud administrativa adreçada al president Zaplana—, només demana que siguem coherents i no ens deixem ensarronar pels cants de
sirena que ens proposa el món mediàtic i globalitzador que ens ha tocat de
viure. Com a catalans, creu que hi tenim tirada: ens enamorem de la
primera innovació gastronòmica que ens arriba i després resulta que només
sabem cuinar la tripa a la madrilenya i ens passem d'originals muntant un
concurs de truita catalana. Els seus articles, per si hi ha algú que els
descobreixi ara, neixen sovint d'anècdotes quotidianes, que ell capgira i
exagera fins a l'absurd, i hi aplica la lògica que els mateixos fets
comporten; fins al punt que, de vegades, podrien passar per contes de
Guadalajara —i ara penso en el monòleg del drac, preocupat perquè els
aires bufen més aviat en contra d'una tradició tan violenta com la seva
lluita anual amb Sant Jordi—. La temàtica és variada com la vida, és clar:
Monzó troba material a Internet, a la secció de Cartes al director
o en la publicitat i el seu llenguatge enganyós, per exemple, de manera
que des de la descoberta de l'expressió ser molt segle XX, com a
sinònim de passat de moda, fins al rebombori aixecat pel Museu
Britànic en publicar un retrat robot de Cleopatra i un altre de Jesucrist,
el volum també és un passeig per temes que sonaran a la majoria dels
lectors perquè van marcar (o no) algun moment del trienni 1999-2001, sense
incloure-hi l'atemptat a les Bessones i el Pentàgon.
D'aquesta manera, amb cada article,
l'autor d'El perquè de tot plegat aporta més matisos a aquest
enunciat que va fer-li de títol d'un recull de contes, però que podria
batejar algunes de les seves col·leccions d'articles —i ja en van vuit!—.
De fet, el lema defineix bastant bé la intenció dels seus papers periòdics,
on, entre d'altres coses, explica què hi ha darrere de costums
fossilitzats sense gaire lògica o ens fa partícips de modes efímeres i
extravagants que responen a la necessitat de ser famós a qualsevol preu.
Per això mateix, tret d'algun cas, Monzó gairebé mai no es mescla en els
enrevessaments de la política, sinó que prefereix mirar-s'ho des de fora i
denunciar, per exemple, l'esnobisme de la moda políticament correcta.
Per què? Per la senzilla raó que, com ell mateix ha explicat altres
vegades, els petits microcosmos de cada dia denoten el macrocosmos en què
vivim. Que un taxista de Barcelona el prengui per foraster pel sol fet de
dirigir-s'hi en català i mantenir-lo enfront del seu castellà, ens parla
de la ineficàcia de les polítiques de normalització lingüística. Amb
l'article en qüestió passa una cosa curiosa: el títol, Barcelona,
és el mateix que el d'un conte de L'illa de Maians. Però no deu ser
casual (o sí) que, mentre el relat del 1985 era la metàfora preolímpica
d'una ciutat estarrufada, l'escrit d'ara sigui la constatació amarga que
la suma de tantes modes amb la tendència a defugir la defensa de la
identitat, per por a ser titllats de provincians (o de convergents), ens
porta de ple a la desaparició com a poble.
Aquest és el tema. Que les històries
tinguin sovint Barcelona com a escenari és circumstancial i, en tot cas,
irrellevant: la intenció no és fer cap crònica urbana, el tot plegat
és força més ampli i apunta al cony de país que vivim, acomplexat i
vanitós a parts iguals, que fa més de vint anys que Monzó observa amb ulls
privilegiats. El tema és Catalunya i la societat que la forma, les petites
misèries de cada dia que ens uniformitzen a suecs i escocesos, i que
aplaudim perquè fa temps que hem perdut el nord i el sud no sabem on para.
Per això la seva és una veu imprescindible, perquè darrere d'anècdotes més
o menys amables i intranscendents, ens recorda qui som i d'on venim sense
enarborar la bandereta del purista perepunyetes. I això que de purista en
té un bon tros, com ha quedat dit. Deu ser per això que els malsons el
desperten a mitjanit; perquè en un país tan petit, la lletra hac és com
l'estetoscopi per al metge de capçalera o la mànega per al bomber.
Arnau Cònsul, AVUI, Barcelona
:
Contra
ciertos
tópicos
La figura literaria de Quim Monzó parece nacida para
desmentir el tópico de que el cuento no basta para sostener un nombre de
prestigio literario, que además comunique con un amplio público. Contra
quienes arguyen que el cuento es género subsidiario de la novela aquí
tenemos un autor cuya fama literaria, apoyada eso sí por el relieve de su
figura periodística, se ofrece en su sola y predominante dimensión de
escritor de piezas breves, bien sean cuentos, como los recogidos en sus
celebrados volúmenes Ochenta y seis cuentos (2001) y El mejor de
los mundos (2002), bien sean artículos de prensa como los recogidos en
El tema del tema (2003).
Monzó ocupa un
lugar destacado en cualquier antología actual del género cuento, pero no
ha necesitado a la novela para apoyarse. Otro tópico inservible a la luz
de la suerte que ha visto crecer a Monzó: que una obra nacida en catalán
tiene difícil comunicabilidad con el lector en castellano. No es que no
haya contraejemplos, y tan llamativos como el que comento ahora, pero su
éxito en castellano no ha sido baladí, lo que ha llevado al propio autor a
traducir él mismo la última entrega de sus cuentos, tarea que en su libro
anterior realizaron Javier Cercas y Marcelo Cohen. Un último tópico que el
éxito de Monzó hace naufragar: que ya no existen periodistas capaces de
comunicar artículo y obra literaria. Y cuando se emite este juicio se
citan los proverbiales casos de comienzos de siglo Julio Camba o Josep Pla.
No iguala todavía Monzó la dimensión de los citados, pero sí es un hecho
que algunas de sus entregas periodísticas están situadas en el mismo lugar
de arranque que sus cuentos: una situación nimia, extraña, paradójica,
tomada de la cotidianeidad, a la que se da la vuelta y que, forzada un
poco, funciona igual como artículo de costumbres que como cuento. O lo que
es lo mismo: se está revitalizando aquella vieja alianza del género cuento
con el periodismo, lo que ocurre sobre la base de lo que F. Valls llamó
para J. J. Millás «articuentos» y que practican algunos de nuestros
mejores periodistas. No es extraño: en el artículo, como en el cuento, lo
importante es saber contar, pero también las líneas, que el periódico no
perdona. Y éste de contar líneas es un taller formidable para el buen
escritor de cuentos.
José María Pozuelo Yvancos, ABC, Madrid |